domingo, 22 de diciembre de 2013

San Agustín de Hipona

Nació en el año 354 en Tagaste (Argelia), aunque por cultura es europeo. En su juventud apenas conocía nada del cristianismo. A los 16 años marcha a Cartago, donde cursa estudios de retórica, donde el libro de texto era el “Hortensio” de Cicerón, que es como una introducción a la filosofía, sigue la línea del “Protéptico”.
A partir de aquí, le entra interés filosófico, aunque por esta época se siente atraído por el maniqueísmo e ingresa en la secta de oyente (es condición):
¿Por qué existe mal en el mundo? Esta era una de las preguntas de la época. Si Dios creó el mundo y es bueno ¿cuál es la explicación?

En el 375 vuelve a Tagaste como maestro de retórica, y poco después se traslada a Cartago. San Agustín empieza a dudar del dualismo maniqueo y tiene una entrevista con un obispo naniqueo para aclarar sus dudas; pero no resolviendo nada se aleja de los maniqueos.
En el 384 se marcha a Milán como maestro de retórica. Aquí manifiesta sus primeras inclinaciones hacia el cristianismo, sobre todo debido a los sermones de San Ambrosio, obispo de Milán. Las lecturas del Nuevo Testamento le convencen de que tiene que llevar una vida en concordancia, y en el 387 se bautiza junto con su hijo.

Lleva una vida ascética en consecuencia con sus creencias. Muere su madre, y en el año 388 es nombrado sacerdote. Combate a maniqueos y plagiasistas, que representan un problema porque acaban negando el dogma trinitario.
En el año 400 escribe “Las confesiones”, obra en la que pretende hacer una exhortación de la filosofía. Habla de su vida intelectual y privada, de las etapas hasta su conversión.

El saqueo de Alarico en Roma (410) llevó a pensar que los cristianos no defendían la ciudad, ya que se negaron a usar las armas.
En contra de esta tesis escribe “La ciudad de Dios”, donde desarrolla una apología del cristianismo y una teología de la historia (no filosofía de la historia). La escribe entre los años 412 y 426, y muere en el 430, fecha en la que Hipona es sitiada.
Todas las filosofías unitarias como Hegel o Marx, tienen características de esta obra.


Filosofía de San Agustín (Teoría del Conocimiento)
Insiste en que la filosofía procede del “creo para comprender”; dice que el conocimiento es siempre una creencia, aunque no necesariamente a la inversa. Esta creencia es sobrenatural, ya que supone creer en la palabra revelada; y el conocimiento tiene un origen divino ligado a la iluminación.

La fe está para suplir las deficiencias de la razón. Al filósofo clásico le faltó la fe, sólo trabajó con la luz de la razón, mientras el filósofo cristiano trabaja con ambas cosas, y con una verdad indivisible. El hombre caído en lo temporal, se eleva por la fe a lo eterno, hacia Dios. Tanto más se acercará a Dios en la medida en que comprenda más y mejor.
Para Platón, el que conocía era superior; para San Agustín, el que filosofa se hace cada vez más humilde, comprende que no es nada.

La fe cristiana es la fe verdadera, aunque también se puede conocer a Dios sólo por la razón, pero esto les es posible sólo a unos pocos hombres (deja esa vía abierta). La mayoría de los hombres conocer a Dios por la venida de Cristo al mundo. La ignorancia de esta vía es la que separa el cristianismo del platonismo.

Para San Agustín, la venida de Cristo al mundo es un hecho histórico, y el conocimiento científico parte de una creencia, por lo que debe admitirse que hay que partir de la fe para alcanzar el conocimiento verdadero.
Por medio de la voluntad, la sumisión, el hombre se somete a Dios. Pero esta sumisión no es ciega o arbitraria, sino fruto de haber captado la credibilidad de la Iglesia y las Sagradas Escrituras. Es necesario examinar con la razón las pruebas que muestran la existencia de Dios, y sólo así puede darse una fe. Nadie puede creer sin antes saber que es lo que ha de creer.

El filósofo cristiano no debe contentarse sólo con aceptar las normas de fe, sino que debe esforzarse por conocer aquello que cree. Así, la fe no es un sustituto de la razón, sino que es un auxilio para conocer más y entender algo; pero la misma fe con la que cree le ayuda a entender más.
Fe y razón se determinan mutuamente, y desde la perspectiva augustiniana son una misma unidad. La fe debe perseguirse, y el conocimiento de la verdad proporciona la auténtica felicidad. El hombre siente que no es nada y se lanza a Dios, que puede traerle paz y felicidad. Dios es la auténtica verdad.

No se debe filosofar por filosofar, sino para la consecución de la verdad, y as i la felicidad; sólo alcanzando la verdad podemos ser felices. El hombre que busca la felicidad pero aún no la ha encontrado, no puede ser feliz; sólo es sabio quien conoce la verdad y no quien la busca.

San Agustín defiende que se debe especular como medio para un auténtico fin: la consecución de la verdad; sólo alcanzando la verdad se puede llegar a la auténtica felicidad. Trata de demostrar que la sabiduría pertenece a la verdad y a la inversa.
Así, critica a los escépticos (la filosofía de que nada puede saberse con certeza) y dice que falla al situar la verdad en el espíritu en vez de en los sentidos. Su crítica constituye tres puntos:
  • Los sentidos pueden engañarnos, pero no podemos poner en duda el acto mismo de la percepción. Percibo aunque no exista o exista lo que percibo; puedo equivocarme al hacer corresponder apariencia y realidad, pero de lo que no se puede dudar es de que yo percibo.
Los sentidos deben ser tomados como sentidos (que se basan en la apariencia, no en la realidad) y en ellos no radica el conocimiento, sino que radica en la intelección.
  • los sentidos nunca mienten, aunque podemos engañarnos a nosotros mismos pensando que las cosas son tal y como nos aparecen por los sentidos.
  • Los escépticos están seguros de que de dos proposiciones disyuntivas contradictorias una ha de ser verdadera y la otra falsa (principio de no contradicción). Esta verdad es una verdad de la lógica formal, y el hombre accede a ella independientemente de los sentidos, al margen del mundo sensible, de la experiencia de los sentidos.

San Agustín se adelanta (a la tesis cartesiana del “cogito”) y se pregunta qué decir de las existencias reales, si estamos seguros de algún objeto real, de su existencia. El hombre está seguro de su existencia, y aunque dude de algunos objetos o de Dios esa duda afirma que él existe, y no cabe que se engañe porque si no existiera no podría engañarse.
En “De libre arbitrio” dice que está claro para un hombre que él existe, y tal hecho no estaría tan claro a menos que dicho hombre estuviera vivo y entendiese tanto el hecho de su existencia como el hecho de que vive. Cabe concluir que el hombre está seguro de tres cosas: existe, vive y entiende.
Así, en “De trinitate” observa que es inútil que el escepticismo insinúe que el hombre sueña y que por tanto ve esas cosas como sueños, porque el hombre no afirma que está despierto, sino que lo único que afirma es que vive y que aún cuando estuviera loco, estaría vivo, y eso lo entiende. Además, un hombre es consciente de lo que quiere, y eso no puede ser falso.
Los escépticos pueden hablar de los objetos sensible, pero no pueden decir nada en contra de la existencia del hombre, ni sostener que el conocimiento que el hombre tiene de sí mismo es engañoso. Existimos y sabemos que existimos, y ninguna duda puede suprimir este juicio, porque existir y saber que se existe es un juicio previo a cualquier equivocación posterior.

La verdad, para San Agustín, es inmutable, eterna y absoluta. Esta verdad sólo se puede dar en objetos ideales, no los sensibles (que devienen y cambian). El mundo ideal prima sobre el mundo inteligible; lo universal no debe apoyarse en la condición sensible, que supone cambio y mutabilidad, y la morada de la verdad reside en su propio interior.

Para San Agustín, hay diferentes grados de conocimiento:
1.- Conocimiento sensible: sensaciones – objetos.
2.- Conocimiento racional: razón – objetos + ideas
3.- Sabiduría – entendimiento - ideas
gnoseología ontología


  1. Es el conocimiento más básico (animales y hombres), pero hay que partir de él. Lo característico del hombre es la parte de su alma, que se corresponde con el pensamiento. El entendimiento es superior a la razón, y el conocimiento sensible sólo proporciona opinión. El cuerpo debe estar siempre regido por el espíritu, y éste siempre tiende hacia lo sobrenatural, hacia Dios.

  1. El hombre tiene un conocimiento racional del mundo corpóreo, y es capaz de elaborar juicios racionales sobre los objetos, contemplarlos, etc. Este es un conocimiento intermedio porque a partir de las ideas establece juicios sobre las cosas sensibles, sobre los objetos.
Trabaja con las sensaciones, discierne, clarifica, etc; su misión es establecer conocimiento, nos aproxima a la verdad aunque no la alcanza.

  1. La sabiduría a la que se llega por el entendimiento, es sin embargo contemplativa. El entendimiento, que nos conduce a la sabiduría, es el conocimiento que el hombre tiene de lo eterno, de lo inmutable, y nos hace comprender las esencias de las cosas.
Las ideas son la única realidad, y éstas actúan como reglas de juicio que el hombre no elabora, sino que están ya dadas. El hombre sólo las intuye por el entendimiento, que es independiente de esas ideas y a la inversa.
El entendimiento es la facultad suprema de conocimiento. Pero San Agustín pone de manifiesto la incapacidad del hombre que está alejado de Dios, quien interviene en el proceso de conocimiento. El entendimiento juzga con modelos, con ideas, que transcienden al hombre y es Dios quien las coloca en el alma de los hombres. Es Dios el que ilumina (analogía con el sol platónico y la idea de bien).

La teoría del conocimiento de San Agustín parte de la de Platón, pero le da un claro giro teísta. Todo hombre descubre, cuando mira hacia su interior, que lo incorruptible es mejor que lo corruptible, y lo eterno mejor que lo temporal. Hay una razón superior a la humana por la que juzgamos las cosas, porque del hombre no se pueden obtener estas ideas (de eternidad, incorruptibilidad, etc). Pero, cuál es el origen de estas verdades?
San Agustín coincide con Platón en afirmar que la verdad es previa al pensamiento, que no la crea sino que la descubre en nuestra alma, en nuestra interioridad. Recurre a Plotino (panteísta) y le da un giro teísta afirmando que la verdad está dada a los hombres por medio de la iluminación, pero no elabora una teoría de la iluminación clara. En los “solilocia” intenta mostrar su tesis de la iluminación.

A los ojos corresponde la facultad de ver qué tiene el espíritu. Los objetos iluminados, las normas del juicio y el sol se comparan con la verdad.
La iluminación divina hace ver a las almas las verdades eternas. Lo que el hombre ve no es la iluminación (Dios), sino que por mediación de él el hombre intuye las verdades eternas. El conocimiento que el hombre obtiene de las ideas actúa como regulador y hace que conecte, que vea la relación entre las cosas creadas y las realidades suprasensibles.

Su teoría del conocimiento tiene un contenido moral y religioso; naturaleza y gracia confluyen lo mismo que razón y fe. En el fondo, San Agustín intenta explicar lo inferior a partir de los superior (Dios), y no al revés.
Su teoría del conocimiento está constituida desde un prisma teológico. Dios garantiza el conocimiento; la iluminación es gracia, aunque no exclusivamente. Para San Agustín, todas las proposiciones consideradas como verdaderas, los son porque han sido iluminadas por Dios, y no es posible conocer algo que no haya sido previamente conocido (recordar pero no al modo platónico). Tenemos una especie de memoria que nos hace recordar porque Dios ha puesto las ideas en nuestra alma, y nosotros las captamos en la medida en que Dios las ilumina. Hay una luz eterna de la razón por la que podemos conocer. El conocimiento es el resultado de una acción divina.
Esto plantea problemas: el individuo es un sujeto activo o pasivo en el proceso de conocer?

Interpretación Ontologista
Nuestra razón intuiría las ideas en la mente de Dios, no tendría las ideas impresas en su alma, sino que captaríamos directamente a Dios.
Pero San Agustín entiende que no podemos captar, conocer, a Dios hasta nuestro reencuentro con él en la otra vida. No obstante esta teoría soluciona el problema de cómo Dios creó el alma en los hombres.

Teoría Ejemplarista
Dios crea cada alma en particular y pone en ellas las ideas. Pero si las almas están en pecado nos llevaría a pensar que en Dios se encuentra el origen del pecado.

Teoría del Traduccionismo
El alma se transmite de padre a hijo por generación del cuerpo, y en consecuencia se hereda el pecado mortal. Con esto se hace depender al alma y al espíritu del cuerpo.

Teoría Coordista
Para San Agustín existiría en el hombre un entendimiento agente encargado de abstraer el universal de las cosas sensibles, lo que tienen de inteligible. Pero si hubiera algo como esto, que hiciera esto, sería Dios.

Teoría Historicista
Pretende entender a San Agustín desde sí mismo y su obra respetando su ambigüedad. La teoría de la iluminación oscilaría entre la idea de una iluminación del contenido de las verdades fundamentales y una iluminación del hombre con el fin de captar esas ideas.
Se trataría de mantener la relación entre filosofía y teología; la verdad debe conocerse no sólo para saber qué es lo que es (Dios), sino para alcanzar la felicidad.


Prueba Noológica de la existencia de dios
La prueba de la existencia de Dios lleva de la propia evidencia de la existencia del hombre y de su autoconocimiento a la existencia de la verdad absoluta (única manera de conocimiento).
San Agustín llega a la conclusión de que existe una verdad inmutable que contiene todo lo necesariamente verdadero. Las ideas pertenecen a todos , una especie de luz a la vez secreta y universal que sobrepasa el entendimiento humano.
La razón encuentra algo abstracto, eterno e inmutable: la verdad, que está por encima del hombre, y si hubiera algo que está por encima también sería Dios.

Influencia y orientación platónica. La teoría de la iluminación y la teoría del conocimiento dependen de la comprensión de la verdad. Esta verdad supone más que una verdad lógica que es una verdad ontológica (Dios).
Parte de la indudable certeza de que Dios existe, razona y piensa. La razón no es una función, como otras, del hombre, sino que es lo que le define y distingue; es la propia existencia del hombre.
Lo único que él conoce de Dios es que no le conoce, ya que Dios no ocupa lugar y tiempo.
San Agustín también interpreta la historia del género humano desde el punto de vista teológico. Se trata de una teología de la historia cuya influencia ha sido enorme. Sobre sus concepciones se han configurado a posteriori filosofías de la historia que se han desarrollado de modo especulativo, principio y fin unitario como en Hegel, Kant o Marx.

San Agustín la desarrolla en La ciudad de Dios (412-426). Consta de 22 libros y es una respuesta indignada a quienes decían que los desastres de Roma eran causa del cristianismo.
Se divide en dos partes (10-12); la primera es una apología del cristianismo, y la segunda parte es una teología de la historia que consta de tres partes.
Los cuatro primeros libros tratan del origen de las dos ciudades, la ciudad de Dios (celestial) y la ciudad terrena. Los cuatro siguiente libros tratan del progreso, y los cuatro últimos tratan de los fines.

Tiene una visión dualista, maniquea, de la historia de la humanidad:
  • Ciudad del mal: impíos y pecadores.
  • Ciudad del bien: justos y hombres de bien.

En el fondo se trata del conflicto entre dos amores. El hombre ama necesariamente, y se pasa del amor a Dios hasta el desprecio terreno (funda la ciudad de Dios), y el amor a uno mismo hasta el desprecio de Dios (funda la ciudad terrenal).
Ningún símbolo externo nos permite determinar cuál de las dos ciudades está detrás de cada acción; están ambas mezcladas desde el principio de los tiempos, y sólo Dios sabe quienes pertenecen a cada ciudad. La separación sólo puede realizarla Dios, que sabe quienes están destinados a la condenación y a la salvación.

Tiempo
La idea de tiempo es teológica, es un enigma, es algo mutable, cambiante, …, y se intenta explicar el tiempo desde la interioridad. Rechaza el tiempo cósmico-cíclico de la antigüedad, ya que el tiempo es lineal ascendente. Se basa en la teoría platónica.

Las cosas inmutables se definen por su atemporalidad; así como el mundo sólo se puede conocer por la idea, el conocimiento del tiempo presupone un saber: la eternidad, ya que a través de ella se aproxima uno al tiempo. Sólo desde lo inmutable se puede conocer lo mutable.
La eternidad excluye el tiempo. Dios es idéntico a sí mismo, sin principio ni fin; la eternidad es Dios.

No se puede atribuir la existencia al pasado ni al futuro, sino sólo al presente que existe tan sólo como transcurrir. Se puede hablar de ser de presente sólo teniendo en cuenta el transcurso del presente, ya que tiende al no ser; y esta tendencia al no ser es la esencia del tiempo, es esa mínima unidad indivisible.
La representación es un acto fruto del alma humana, es una actividad psicológica. La presencia permanente, y con ello el ser del pasado, está en el recuerdo del espíritu.

Existe el tiempo porque en cada conciencia están tres modos de tiempo:
  • pasado- recuerdo.
  • Presente- apariencia.
  • Futuro- esperanza.

Tan sólo el alma puede presentarlos como una unidad; el antes y el después quedan confinados a la memoria , es el espíritu mismo quien mide el tiempo, que es apariencia y, por tanto, Dios no lo tiene.


Libertad
El hombre tiene la obligación de amar a Dios (ha sido creado a su imagen y semejanza). Gozará el hombre de libertad siempre que mire hacia Dios, y no lo hará en caso contrario. La libertad no es otra cosa que amar a Dios: “El hombre es tanto más libre cuanto más esclavo es de Dios”.
El hombre es libre para elegir el bien o el mal. San Agustín concibe la humanidad como humanidad caída, y a partir de ahí comienza la historia.
El hombre ha vuelto la espalda a Dios para gozar de sí, y por este distanciamiento se origina el mal, que es definido como un movimiento hacia el no-ser. El hombre ha decidido alejarse del ser pecando. El hombre es libre y es hombre porque tiene libertad (también para pecar). Cuando deja de ser libre, deja de ser hombre para aproximarse a las bestias.

Contra pelagianistas, con el pecado de Adán peca toda la humanidad. El hombre tiene libre albedría y puede querer dirigirse a Dios, pero con su voluntad no es suficiente; para conseguir ser libre de nuevo necesita la idea divina, por eso ha venido Cristo al mundo, para redimir a los hombres. Por medio de la gracia puede usar la libertad.

Historia
El eje está constituido por la lucha entre las dos ciudades y la victoria de la ciudad de Dios; se divide en tres tiempos:
  • 1ª Fase: los hombres viven sin leyes, y sólo contaban con su débil razón.
  • 2ª Fase: viven bajo la ley.
  • 3ª Fase: viven bajo la gracia divina.

San Agustín parte de la revelación como premisa básica y utiliza la razón. En tanto que la historia es la realización de los designios de Dios, sólo se puede captar la esencia de la historia por medio de la revelación.
Construye una historia lineal. Utiliza un esquema lineal que caracteriza a cualquier filosofía de la historia más reciente. Es una teología de la historia.
No utiliza un método típicamente filosófico, sino que consiste en fundamentar las premisas de las que parte en citas bíblicas. Utiliza la verdad revelada para construir su teoría de la historia, y además lo justifica con la fe, no con la razón.

Platón utiliza los mitos con ironía, los critica, mientras que San Agustín los toma como verdad.
San Agustín quiere presentarnos la historia universal como historia de la cristiandad. Hace una historia que intenta unir pueblos (todos los hombres como hermanos) y al final la humanidad queda dividida entre cristianos y no cristianos.
La historia universal que construye es una teología dogmática. Se trata de hacer una historia de la humanidad en la que los hombres son marionetas manejadas por Dios. Es apocalíptica y escatológica. Se trata de ver de qué forma se puede organizar todos los acontecimientos sociológicos, políticos, etc, según un prisma teológico.

Las Dos Ciudades
Los hombres pertenecen a una u otra ciudad según amen a Dios o a sí mismos. En comparación con Platón, la ciudad de Dios sería la ciudad de las ideas, y la ciudad de los hombres sería la sombra de las ideas. Pero su teoría de las dos ciudades no es equiparable exactamente con Platón porque ésta tiene intereses teológicos.
Aveces tiende a identificar a la ciudad de Dios con la Iglesia, y la ciudad terrenal con el Imperio; pero no puede afirmarse. San Agustín concibe la relación entre Imperio e Iglesia de manera ambigua. En la ciudad del bien, los hombres tienen un carácter místico y se guían por el amor, que es la idea espiritual.

Respeta el estado, y un buen cristiano debe respetar la ley e incluso defender con armas la ciudad, pero por otro lado no hemos de olvidar que las verdaderas leyes son las leyes naturales. La Iglesia debe tratar de impregnar al estado con sus principios; es superior al estado, es la organización perfecta y ha de respetar la uniformidad del estado (agustinismo político).

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